Nuestros cuerpos yacen doblegados por el fuego. El calor nos abraza desde el principio, desde la primera llama, esa que ilumina nuestras siluetas y va descubriendo nuestros rasgos refugiados en la oscuridad.
Nuestra tez blanca se une, se va fundiendo en una sola, y al calor de la noche, bajo una luz tenue e hipnótica el recuerdo de este momento mágico se guarece en el rincón más íntimo de nuestra memoria.
Las llamas de las velas, sigilosas y embelesadas, parecen imitar la danza de nuestros cuerpos ardientes, segundo a segundo, caricia a caricia, beso a beso.
Nos vamos cayendo en un abismo, ya no se pueden distinguir los límites entre tu cuerpo y el mío. Las almas también van unidas. El calor se va apagando y agotados disfrutamos del estertor de esta pasión que nos ha consumido.
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