Había querido verme desde afuera alguna vez, por curiosidad, para ver cómo me ven los otros. No hay que aclarar que la perspectiva cambia. No es lo mismo verse parcialmente con nuestros propios ojos, que verte desde fuera, ni tampoco verte frente al espejo porque, aunque sea de cuerpo entero, igual uno se ve al revés. Se me había ocurrido de chica pero, lógicamente con el pasar de los años, olvidé esa loca idea. Hasta… ahora.
Siempre leo el diario antes de salir de casa para ir a trabajar, y también lo hago al regresar a casa antes de cenar; me gusta estar al tanto de lo que sucede. Así, una noche me topé con un aviso muy particular, en una parte muy acotada del diario. La nota decía lo siguiente:
“Busco persona de sexo femenino que desee intercambiar el cuerpo con una persona del sexo opuesto por un día. Contactarse con el siguiente numero de teléfono…!, bla, bla, bla. Ni que decir que llamó mi atención por completo, aunque me pareció una broma. Me hizo recordar aquel deseo ‘platónico’ digamos, de mi niñez. Reí por lo bajo, y seguí leyendo las noticias.
Antes de ir a cenar, levanté algunas cosas para desocupar la mesa, entre ellas, el periódico. Lo apoyé en la mesita ratona y al verlo ahí, tan quieto, tan seguro de sí, tan tranquilo, me dieron ganas de volver a leer el aviso, como si el diario me retara a hacerlo. Con sus hojas entre mis manos, leí nuevamente el texto y ,sin pensarlo, llamé al teléfono indicado.
Una voz grave y masculina respondió. Balbuceando, pues me costaba encontrar las palabras para comenzar aquella bizarra plática, me presenté. Después de unos segundo logré afirmar la voz y acordamos con aquel sujeto, que nos encontraríamos en un lugar público. No lo conocía pero la curiosidad me obligaba a indagar sobre el asunto.
Nos vimos en una confitería de Villa Pueyrredón. Parecía un hombre normal, tranquilo, serio. Charlamos y para sorpresa mía, él tenía muy bien pensado cómo llevar a cabo el intercambio de cuerpos. Yo no creí, desde el principio, ni una palabra. Es más, ya me estaba dando miedo. Antes de que pudiera decirle que me iba, me dijo… ‘No se va a arrepentir, podrá verse desde otro punto de vista y además sabrá lo que es ser del sexo opuesto. Mañana, todo volverá a la normalidad’.
‘Tentador’ , pensé, ‘y, endiabladamente retorcido, mucho para ser verdad’. No supe muy bien por qué, si para sacarme el tema de encima, o para saber si realmente aquella locura era cierta, pero al fin le dije que aceptaba.
Me entregó una hoja con un breve texto escrito, estaba en un idioma que no supere reconocer. Me dijo: ‘Tenemos que leer el texto al mismo tiempo y luego tomar agua del vaso del otro. Con eso bastará. Nadie notará nada, solo nosotros’. Asentí con la cabeza incapaz de pronunciar palabra.
‘Ahora’, soltó con voz de mando, y ambos empezamos a recitar el hechizo. Acabada la sentencia, estiré la mano como en cámara lenta y sorbí lentamente agua del vaso de mi acompañante. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sentí que me elevaba y salía de mi cuerpo. Floté por escasos segundos sobre nosotros y pude ver el alma de aquel hombre, también flotando.
Asustada y antes de que pudiera volver a mi cuerpo, el sujeto ya se había metido en él. No tuve otra opción que la de adentrarme en el suyo. Me sentí rara, muy rara. Pasados unos segundos me fui acomodando a mi nuevo hábitat. Ahora era un hombre con alma de mujer. Miré mis manos, y quise hablar, pero él habló primero.
Sentí mi voz que me decía, ‘Nos vemos mañana, aquí mismo, a la misma hora, y haremos el intercambio”. Se levantó y salió sin más. No me dio tiempo a responderle nada. Apurada dejé dinero sobre la mesa para pagar lo que había consumido y salí detrás de él, o de mi mejor dicho, corriendo.
Admiré mi figura y mi caminar. Llamé al hombre que iba en mi cuerpo, usando una voz rasposa y masculina. Él casi llegaba a la esquina. No volteaba. Insistí una vez más cuando él ya bajaba el cordón de la vereda, en ese instante se giró para verme y un taxi lo atropelló, el golpe lo subió al capó del vehículo y luego cayó a unos metros, inconsciente.
Quedé atónita… Vi mi cuerpo herido que moría, tendido en el asfalto. ‘¿Y ahora?’. pensé, mientras el alma del hombre que había robado mi cuerpo y que solo yo podía ver, se encogió de hombros para desvanecerse en el aire en absoluto silencio.
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