El lugar estaba a oscuras. Un silencio ensordecedor enmarcaba esta escena oculta de todas las miradas. Yo solo podía oír los lentos y acompasados latidos de mi corazón que aumentaban mi soledad; mi respiración, suave, resignada a repetirse como un eco en la quebrada. Sin embargo, no había tristeza en mi sentir, sino más bien una curiosidad de cuándo volvería a ver la luz; extrañaba ser protagonista de nuevas historias.
Una noche, el sonido de la puerta al abrirse me sorprendió. Mis ojos se abrieron de par en par y mis oídos se aguzaron en busca de más detalles. Afuera la luz se encendió y se coló por la cerradura de mi prisión. Un ojo se asomó y me miró por el orificio; me observaba sin verme pues estaba muy oscuro. Mi cuerpo tembló de emoción y deseé con todas mis fuerzas mi liberación.
Entre parpadeo y parpadeo comencé a sentirme más viva. De pronto el ojo desapareció. Un rayito de luz volvió a penetrar en la negrura de mi habitáculo. Contuve la respiración y pensé, 'No te vayas, no me dejes', y en ese mismo momento el clic de la cerradura aceleró mis pulsaciones. Pude ver la cara de mi libertadora que, colmada de pecas y con una descollante sonrisa, celebraba su descubrimiento.
'¡Mamá, mira lo que encontré! ¡Una hermosa muñeca de trapo! Hasta parece que le brillaran los ojos. ¿Puedo jugar con ella?' , dijo la niña entusiasmada. Menos mal que me había apresurado a secarme las lágrimas de emoción.

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