
Luego de unos minutos comenzó a sentir pisadas detrás suyo, no supo a qué distancia. No le dió importancia. Sin embargo, con el pasar del tiempo y al ocultarse el sol se sintió vulnerable. Estaba segura de que alguien la seguía. Temió que quisieran robarle o algo peor. Se puso muy nerviosa y apuró el paso.
Los ecos de las pisadas que la acechaban se hicieron más fuertes, más cercanos y ella temió sucumbir. Estaba sin aliento, no tanto por el apuro como por la agitación que le causaba la ansiedad del momento. Cuando creyó, debido al silencio repentino, que el perseguidor se había detenido, un escalofrío la acometió al sentir una mano sobre su hombro.
Temblorosa y a punto de desmayarse, oyó una voz grave y melodiosa decirle: ‘Apenas pude alcanzarte… ¡Eh, no te asustes! Se te cayó la billetera y quería devolvértela'. El alma le volvió al cuerpo y él pareció notarlo, cuando las mejillas de la muchacha se colorearon dándole una expresión aún más encantadora de lo que él ya había notado.
Una sorpresa los había unido aquella fría tarde de otoño donde ninguno había esperado lo que el otro le había causado.
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