
‘Shhhh…, silencio que está dormida', dijo alguien. La hoja descansaba sobre el cemento gris. Había caído de la rama de un árbol, un hermoso otoño. Se dejó mecer por el viento y, en el recorrido de su viaje hacia el suelo, remontó vuelo varias veces, producto de las corrientes de aire de aquella tarde soleada.
El calorcito de los rayos emitidos por el astro rey la cobijó y, aunque desnuda, no tuvo frío. Su cuerpo bronceado y crujiente disfrutó de ser un barrilete sin dueño. Se dejó llevar y no se preguntó cuál sería su destino. Su cuerpo tibio y delgado tocó el suelo con gracia.
Un niño que paseaba de la mano de su madre la vio, allí solita, en medio del desierto grisáceo de la ciudad. El duro asfalto debajo de ella se sentía celoso de su color y su soltura. ‘La libertad de volar no la tiene cualquiera’, pensó. '¡Qué afortunada es!'.
...Y lo fue más aun cuando el niño la tomó entre sus manos y la sopló para que diera, esa tarde, un vuelo más... Aunque otros más quedaban por venir.
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