La Casa del Pan - MICRORRELATO


Dos hogazas de pan descansaban en el umbral de una casa humilde. La calle de tierra estaba mojada por la lluvia caída durante la noche. Pequeños y grandes charcos reflejaban el gris del cielo. Después de un rato dos niños caminaban por aquella calle, callados, con el ceño apesadumbrado. ¿Dónde habían quedado sus sonrisas y las chispas de sus miradas? 

Una niñez dura les pesaba en los hombros y en los ojos. Sus tardes de juegos estaban colmadas de hambre y angustia. No sabían si cenarían aquella noche, tampoco si habrían de desayunar al otro día. Las noches oscuras los veían acurrucarse entre cartones y chapas y el día los encontraba pidiendo limosna o algo para comer, con zapatillas y ropa  agujereadas y, a veces, hasta sin calzado.

El camino los llevó delante de la puerta de la casa de los panes. Se miraron furtivamente y demostraron vergüenza pero el hambre pudo más. Se acercaron al umbral y se agacharon para tomar los panes. En ese instante la puerta se abrió y una anciana salió de la casa. Las mejillas de los niños se ruborizaron y echaron a  correr. 

'Esperen, no se vayan', gritó la mujer. 'No pasa nada, vuelvan'. Y los pequeños volvieron para recibir el reto merecido. La señora se acercó a ellos y les regaló una mirada afectuosa. 'Me los deja el panadero de lo que sobra del día. Llévense uno.', les dijo señalando las hogazas.

Los niños sonrieron con gesto incrédulo y como agradecimiento asintieron con la cabeza, un ‘gracias’ soltó uno antes de salir corriendo. 'Vuelvan mañana y compartiremos lo que tenga.', les gritó la anciana mientras los pequeños se alejaban... Aquella noche el pan les llenó el estómago, y la bondad, el alma.


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