La Dama de Blanco - RELATO BREVE

 

Me desperté con la frente perlada de sudor. Había tenido una pesadilla muy vívida. Más temprano había estado aquí mismo en mi habitación preparándome para acostarme. Me estaba quitando los zapatos cuando al levantar la vista sentí una ráfaga de aire que me sopló el rostro. Enseguida me incorporé y miré alrededor de la habitación. No vi nada fuera de lo normal. Pensé, 'Debe ser sugestión, por las historias que se dicen de este edificio'. Sacudí la cabeza y seguí con mi faena.

Me quité la ropa, tomé la bata y me dirigí al baño para tomar una ducha rápida antes de dormir. Una vez bajo el agua escuché ruidos que parecían provenir de la habitación. No le presté mucha atención porque estoy acostumbrado a las molestias causadas por el vecino de arriba, con sus constantes pisadas fuertes y corridas de muebles. ¡Vaya a saber uno qué hace! Seguí duchándome y volví a interrumpirme cuando oí algo caerse al piso dentro del baño.

Esta vez me inquieté severamente. De inmediato cerré el grifo y salí de la bañera. Miré y no había nadie en el cuarto conmigo, sin embargo, un cepillo estaba sobre el piso, Me agaché para tomarlo y me quedé estupefacto cuando vi en el espejo, reflejada tras de mí, a una hermosa mujer vestida de blanco, de largos cabellos y cautivantes ojos negros. '¡Es ella!', pensé, aludiendo a la mujer que, se decía, había saltado del balcón en este piso del edificio.

Perturbado no supe qué hacer. Resolví vestirme rápido e irme a dormir. Lo sucedido me había dejado tan inquieto que terminé sufriendo la horrible pesadilla que me había despertado en la madrugada. Ya no puedo recordar de qué trataba el sueño, pero puedo decir que me había dejado con el ánimo agitado, como si un escalofrío me recorriera el cuerpo sin abandonarme. Incapaz de conciliar el sueño nuevamente, decidí levantarme e ir a mi atelier. Allí tomé mis pinceles y acuarelas y, apelando a mi creatividad, plasmé en el lienzo a la mujer que había visto.

'Estoy pintando un fantasma', dije en voz alta. Lo que me cuesta admitir es que mis palabras habían surgido en respuesta a la pregunta que una dulce voz femenina me había hecho al oído. Como en un susurro me dijo, '¿Qué haces?'. Dejé caer el pincel que se precipitó al piso y dejó una sugestiva mancha con forma de corazón roto. Me puse rígido y solté mi aliento que lentamente formó una pequeña estela de vapor en el aire; la habitación estaba helada. '¡Es una injuria! Yo no salté, me empujaron', me dijo la misma voz, esta vez casi en un grito, y vi cómo la mujer se materializaba a mi lado, aunque etérea.

Superando mi temor salí de mi parálisis, le pedí amablemente que me contara su historia y le prometí que la daría a conocer para que ella pudiera descansar en paz. Me comprometí a hacer lo necesario para que se hiciera justicia y además para que ella pudiera cruzar a la luz que la esperaba desde hace tanto, abandonando mi departamento para siempre.

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