
Queridas palabras:
¡Qué sería de mí sin ustedes! ¡Qué sería del mundo!
Las palabras tienen un valor inigualable, sin embargo, hay que ser muy cuidadosos con ellas, no por ellas sino por nosotros que, a veces, decimos aquello que debimos haber callado y otras, guardamos aquello que debimos haber dicho.
No es tan fácil como se cree la manipulación de las palabras. Son como pequeños trozos de cristal, frágiles y preciosos. Algunas tienen brillo propio, son traslúcidas, cargadas de energía. Otras son oscuras, pesadas y hostiles.
Elijamos bien las palabras que queremos decir, escribir, regalar… Pensemos en las que queremos recibir de otros labios, de los libros, de las manos que con señas nos ofrecen. Busquemos aquellas palabras que construyen y que alegran, que enseñan y agradecen.
Tengo tanto para decirles queridas amigas. Quisiera devolverles algo de lo que me han dado. Lo haré revoleándolas al viento para que en plena libertad del vuelo elijan sus destinos. Escuchen mi pecho, mis latidos, son para ustedes.
¡Palabras, nunca me dejen, les prometo mi eterna compañía, mis manos y mi voz!
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