Sorprendida la luna por la inocencia de aquellos despuntó una sonrisa, y acompañada del frio del viento invitó a los copos de nieve a bajar a la tierra. Entonces, uno de ellos le dijo al llegar, ‘Este no es uno de tus hilos de plata. Este es un hilo de agua, pura y cristalina, que ha quedado abandonado y solitario en busca de una ilusión’.
‘Pobrecito’, pensó la luna. ‘No podemos dejarlo a su suerte', y le pidió al sol que al día siguiente dirigiera sus rayos sobre la nieve caída. El sol, enamorado, no pudo negarse a tal deseo y al día siguiente cumplió su promesa. El hilo de agua, amanecido, brilló aun más frente a tal maravilla. La nieve derretida se unió al hilo llevándolo suavemente hacia la rejilla plateada. Cruzaron la calle, la fantasía y la vida.
El río, enorme y bravío, que los estaba esperando, los recibió con los brazos abiertos. ‘¡Qué majestuoso!’ pensó el hilo de agua, que no podía salir de su asombro. Lleno de gratitud danzó en las pequeñas e imperceptibles olas del río y formó remolinos sin dejar de soñar. Distinguió entre las aguas a amigos de antaño y sin perderse en la inmensidad de ese abrigo, el hilo plateado se convirtió en espejo que refleja la luna.

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