Los Nutrieros - RELATO BREVE

Habían salido al amanecer como siempre. Tomaron el bote, viejo y descascarado, y recorrieron la laguna colocando las trampas. Más tarde volverían para ver si alguna nutria había caído. El sol fue naciendo de entre las entrañas de la laguna como un medallón de oro anaranjado que rompe la superficie de un espejo lentamente sin quebrarlo.

El agua había sido ese espejo, plomizo y quieto, ahora brillante. Los nutrieros siguieron remando en el bote y pararon adentrados en la laguna para iniciar la pesca. Tiraron los anzuelos a la espera de las tarariras. Callados, con los sueños deambulando por la mente y las miradas clavadas en la distancia, aguardaban el pique.

La noche anterior Roque había entrado en la casona de los Funes, Mauro lo ignoraba. Éste corrió un pullover que descansaba sobre uno de los asientos de madera grisácea y gastada del bote y encontró un rifle calibre .22. 

- ‘¿Y esto?’

Roque se hizo el distraído y comentó. - ‘Me parece que se movió tu tanza, compa’.

- ‘No te hagá, Roque. ¿De dónde sacaste eso? Te lo afanaste’.

- ‘No le va a hacer falta a los ricachones esos, tienen más’.

- ‘¿Te metiste en lo de los Funes? ¡’Tas loco vos!’.

En aquel agobiante silencio del amanecer se escucharon de pronto los ladridos exasperados de unos perros. Llegaron a la orilla de la laguna y frenéticos se retorcían en el agarre de sus amos. Pisadas a montones y linternas furtivas espiaban la laguna. Voces apagadas cuchicheaban no sé qué, pensaba Mauro, pero Roque sabía que venían por él. Soltó el cigarrillo que estaba fumando y le dijo a su compa: ‘¡Vamo a tener que correr esta noche, amigo!’.

En el cielo las pinceladas naranjas del alba se empezaban a tornar amarillas dejando despuntar un día despejado y prometedor. Sin embargo, Funes tenía una sola meta. Se había juntado con la peonada  al pie del molino cuando todavía estaba oscuro. El dueño de casa llevaba calzado su Winchester preferido. Caminaron hasta alcanzar la costa y ahí nomás los divisaron cuando alcanzaron a ver que se movían los juncos.

- ‘¡Vamos!’, dijeron y se apresuraron a seguirlos.

Alcanzada la orilla Mauro bajó primero y echó a correr hundiendo las botas en la tierra húmeda. Se había apresurado a tomar el rifle, fijó la mirada en el entrecejo de Funes, cerró los ojos y, por primera vez en su vida, le temblaron las manos. Sudadas como las tenía corría riesgo de que el rifle se le resbalara de las manos.

- ‘¿Qué hacés Mauro?’ , le gritó por lo bajo Roque. ‘No dispares’. 

- ‘Pero… Son ellos o nosotros, no nos la van a perdonar. Esta vez la cagaste Roque. La bronca que le tené al tipo ese esta vez fue demasiado lejos, compa’.

- ‘Lo robé el rifle 'pa llamarle la atención, ‘nomá’.

- ‘¡¿Cómo? ¿Te volviste loco?! ¿Qué querés 'vo del viejo ese?’

- ‘Es ´mi´ viejo, Mauro. El no sabe pero es mi viejo. Me lo contó mi vieja los otros días. Ya está muy enferma y no quería llevarse el secreto a la tumba’.

- ‘La pucha, no lo puedo creer. No sé qué decirte compa’.

- ‘Nah, dejálo ahí nomá’. 

Mauro bajó el rifle y ambos levantaron las manos rogando que la peonada no los cagara a tiros. Los dos mantenían el cuerpo rígido para no soltar los temblores.

- ‘Déjenmelo a mí al guacho este’, dijo Funes a los peones que lo acompañaban. ‘Al otro llévenselo, que después voy a arreglar cuentas con él. ¡Pendejo!’.

- ‘Arreglemos esto de una vez por todas’, le soltó Roque al hacendado.

- ‘Me tenés podrido pibe y ahora encima me querés apurar. Te perdoné la vida una y mil veces. Ésta no te la voy a dejar pasar. Te metiste en mi casa con mi esposa adentro’- . Blandió el Winchester en la mano derecha como queriendo asustarlo todavía más.

- ‘No me va a creer, pero lo hice ‘pa llamarle la atención nomá, Funes. Yo no sé como acercarme a alguien como usté. Ni hablamos el mismo idioma casi’.

- ‘Calláte la boca. ¿Me querés convencer de algo? ¿Querés que te deje ir así nomas? Al que lo voy a moler a palos antes de soltarlo para que no joda mas es a tu amigo, para vos tengo preparada otra cosa ’. Y volvió a jugar con el arma.

- ‘Soy hijo de la Hilda’, dijo el muchacho en voz baja, mirando al piso. Luego levantó la mirada, con gesto desafiante, orgulloso. 

- ‘Hilda. ¿Qué pasa con Hilda? Hace años que ya no trabaja acá’.

- ‘Ahora está muy enferma y ya no se guarda nada. Me lo dijo...’. 

- ‘¿Qué cosa te dijo? ¿Qué querés, que te perdone porque sos el hijo de una mujer que trabajó hace años en mi casa?’.

- ‘Se lo voy a decir así Funes, si me dispara, va a derramar la sangre del único hijo que le dio la vida’.

El hombre, con el ceño fruncido, ahora mostraba sus arrugas aún más destacadas. Dejó de mirar al muchacho y fijó la vista perdida en el horizonte. El sol que ya despuntaba lo quiso cegar pero Funes casi no reaccionaba, dio media vuelta y mientras caminaba alejándose del nutriero, dejó caer el Winchester que, con un golpe seco, tocó la tierra que aquella noche finalmente no probó sangre.


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