Niño Borrador - RELATO BREVE

Coloca su mano izquierda sobre el escritorio. Con la derecha enciende la computadora y, luego, se coloca los lentes. La pantalla de pronto proyecta su luz azulina en el rostro de Fabio. Unas canas asoman en su despreocupado jopo castaño oscuro. 

Los lentes calzados en su nariz y sus despiertos grandes ojos desafiando al blanco hambriento que lo mira fijamente. Sus dedos se arrojan desvergonzados sobre el teclado y nutren las hojas con palabras fluidas.

Unas horas más tarde, Fabio entrelaza los dedos de sus manos y estira los brazos. Se dirige a la cocina para prepararse una taza de café. Café dulce con un chorrito de leche fría. Lo saborea antes de volver al escritorio. Entonces, lee lo escrito hasta el momento.

Tiene una sensación de deja vú y se siente intrigado. ‘¿Qué ha sido de este niño que habita en las hojas de mi novela?’ Como si hubiese perdido la memoria, se siente perdido y sin identidad. Mira a su alrededor y ve los libros que pueblan su biblioteca.

‘He leído todos estos libros, y algunos tienen mi nombre. Soy un escritor consagrado pero no encuentro a mi niño interior. Lo he perdido’, se dijo, cuando pareció darse cuenta de que hacía mucho tiempo no veía una sonrisa en el espejo.

Entonces, reescribió la novela como si fuera para sí mismo, no para el público, no para facturar y ganar dinero. Al otro día y durante meses siguió escribiendo y tallando a su ‘niño borrador’ con amor, cuidándolo en cada oración, en cada capítulo.

‘¿De qué lo cuidaba?’ Del olvido, de la indiferencia y el egoísmo y de otras cosas más. Entonces comenzó a sentirse cada día mejor.  Su mirada recobró el brillo, sus pensamientos la positividad, su imaginación la inocencia y la frescura y, su rostro la sonrisa. 

Cuando terminó su obra, se sintió completo y reconoció en ella al niño que fue y al niño que todavía era a pesar de los años y los volvió amigos, que se entendían y se aceptaban, se perdonaban los errores y se daban segundas oportunidades.

Fabio, recorrió las cuadras del centro porteño. Vio sus libros en las vidrieras de las librerías y se sintió contento, no porque se vendieran bien, sino porque su obra le recordaba que aunque no es posible reescribir el pasado, lo verdaderamente importante es permitirse darle un giro a nuestra historia.


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