Punto Final - RELATO BREVE

La noche lo encontró escribiendo ensimismado como nunca antes. Se había levantado después de dar vueltas y vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Se incorporó saltando como un resorte, de golpe, como catapultado, sin embargo, tenía la mente en blanco. Sentía como si una niebla se hubiera apoderado de sus pensamientos, borroneando toda su realidad para dejarlo en una especie de limbo.

Se irguió entonces, asustado, como buscando aire. Asomó el rostro a la ventana del cuarto, la abrió de par en par e inspiró hondamente, largando luego un suspiro que le pareció eterno. Su mente  empezó a disipar la neblina que había opacado su juicio. De pronto se sintió ligero, libre de toda atadura, de todo prejuicio, de pensamientos apesadumbrados pero también de recuerdos; era simplemente como un cuaderno con todas las hojas en blanco. 

Se imaginó como un borrador listo para recibir palabras. 'Palabras', pensó, 'las hay de muchos tipos y tenores'. Lo cierto es que él estaba esperando las palabras correctas. ¿Cuáles eran? Eran aquellas que le permitieran terminar su novela. Quería que fuese un éxito pero a la vez que reflejase su personalidad, su estilo, quería que se hablara de ella, que causara admiración en sus lectores. 'Difícil lograr todo eso', se dijo una vez más.

Era esa situación, en la que se encontraba, la que le quitaba el sueño todas las noches. Sin embargo, en este plenilunio la niebla llegó para purgarlo, para limpiar su mente de todo lo que no fuera necesario para su lograr objetivo. Sintió de pronto un cosquilleo en los dedos y se sentó en frente a la computadora. La encendió y, ni bien abrió el procesador de texto, sus manos empezaron a escribir solas, con avidez, apenas conteniendo el temblor interno que parecía manejarlas y que las impulsaba a escribir frenéticamente. 

Lo llamativo y espeluznante, tal vez, era que el autor no tenía idea de lo que iba a escribir hasta que el texto aparecía plasmado en la hambrienta página de la pantalla. Ese blanco fulgurante que se iba cargando de palabras, palabras que provenían de algún lugar desconocido para él. El cursor titilante que parecía pedirle que escribiera una y otra vez logrando atosigarlo, de tal forma, que a veces sentía que se ahogaba, ahora casi no tenía tiempo de mostrarse, escupiendo a una velocidad asombrosa las cadenas de letras que venían de la nada.

El escritor sonreía, luego su gesto cambiaba y fruncía el ceño mostrando extrañeza; ni él mismo entendía lo que estaba sucediendo. Se limitó a dejar que sus manos hicieran la tarea que habían comenzado. No se atrevía a detenerse, cuando lo había intentado una quemazón le tiñó de rojo las yemas de los dedos levantando una temperatura impensable, a modo de castigo supuso él, si osaba detenerse.

La madrugada pasó y dio curso a la mañana. El sol entraba con sus rayos imponentes por la ventana del cuarto desierto del autor. El silencio reinaba. De repente, unas voces se escucharon y luego de eso,  aplausos. Alguien acababa de terminar de leer su novela. Estaban todos maravillados, incluso él. Sus lectores aplaudían admirados su obra maestra. Ésta cumplía con todo lo que había querido, lo que había pensado para este momento. Lo que llamó su atención primero y, le heló la sangre después, fue lo que le oyó decir a continuación a su editora:

- Increíble que haya logrado lo que ambicionaba. Fue una labor muy complicada pero lo logró. Nunca deja de sorprenderme. Lo más inverosímil es que hablara de sí mismo en la novela, que él fuera parte, eso no lo hubiera imaginado jamás. Peeeero… A los lectores les encantó, así que no tengo nada que objetar. Ahora, lo que no puedo creer es que no haya venido a la presentación y aun más, que me haya dejado el borrador del libro en mi oficina sin verme, sin hablar nada al respecto, no es propio de él proceder así. ¡Si esto fuera una novela pensaría que se lo tragó el libro!

Entonces, el autor profirió un grito espeluznante, de terror y desespero, que nadie pudo escuchar porque lo había soltado… después del punto final.


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