Mejor Así - RELATO BREVE


Se encontró caminando descalzo por los jardines; el césped fresco, húmedo por el rocío, le besaba los pies. Las luces blancas de las farolas lo alumbraban y su sombra se proyectaba sobre la pared lateral de la casona. No sintió frío, ni siquiera cuando el viento le rozó el rostro haciéndole lagrimear los ojos.

Postigos de otras ventanas se azotaban unos contra otros por las ráfagas. ‘Se aproxima una tormenta’, pensó… ‘Y yo descalzo aquí afuera’. Caminó hasta la puerta de entrada, giró el picaporte y la encontró cerrada con llave. Buscó en sus bolsillos y no halló nada. Volvió al lugar donde había estado, escuchó el ruido de una puerta que se abría y notó entonces que la luz de ese cuarto se encendía.

Se asomó a la ventana y se vio a él mismo entrando en el dormitorio. Se le heló la sangre; sintió un cosquilleo recorrer sus manos para después habitarle el cuerpo entero. Se sacudió como para librarse de esa molestia sin conseguirlo. Volvió entonces a concentrarse en su otro yo, el del interior de la casa, que ahora vestía una pijama, se había quitado los zapatos y se calzaba unas pantuflas.

Pestañó para aclarar la vista; de nuevo le lagrimeaban los ojos. Su otro yo se sentó en la cama y abrió el cajón de la mesa de luz. Él se acercó porque quería ver qué era lo que había sacado del cajón. Pegó su nariz al cristal, tan repentina y bruscamente, que se golpeó con él aunque no le dolió. El otro sostenía entre sus manos un arma.

Sentado en la cama observaba el revólver con ojos vidriosos. Luego, levantó la vista hacia la ventana, hacia los jardines y quedó con la mirada perdida. Él observador se agachó al instante para no ser visto pero no era necesario, su otro yo no lo vería. El viento sopló fuertemente y él, sin embargo, no pudo salir de su obnubilación.

El otro salió de la habitación y su espectador, allí fuera, dio vuelta por detrás de la casa para alcanzarlo. Llegó a la ventana de la sala y lo vio. Se había sentado en su sillón favorito. A la izquierda, en la mesita de arrime, había un vaso de whisky y un sobre blanco. En la mano derecha aun llevaba el arma. Soltó un suspiro y bebió un trago.

El hombre que estaba fuera, aun sin frío y con aquel cosquilleo en su ser, siguió contemplando aquella escena tan bizarra para él. Se preguntó qué había en el sobre, mientras el tic-tac del reloj carrillón de la sala parecía hacerse mas fuerte y mas lento. Se masajeó las orejas que no estaban frías, entonces vio cómo su reflejo tomaba el sobre, sacaba la hoja que había dentro y leía.

Notó otra vez esa mirada perdida en los ojos del otro. Quiso estar allí dentro, preguntarle qué pasaba, qué decía la nota, qué hacía con ese revólver en la mano. Lo embargaban el horror y la angustia. Quiso suspirar y apenas logró soltar un hilo de aire. Intentó golpear el vidrio pero el choque de sus nudillos contra el cristal no produjo ningún sonido. Se asustó aun más. No sabía si podría evitar lo que el otro estaba por hacer.

Aquél abrió el tambor del arma y le colocó cinco balas; no tenía intención de fallar. La nota descansaba fuera del sobre en la mesita de arrime. Tomó otro trago de whisky, esta vez vaciando el vaso. Dos lágrimas le recorrían las pálidas mejillas mientras seguía sentado en el sillón, hundido y mudo. De pronto, el observador se dijo, ‘¡Debo gritar, detenerlo!’, más cuando abrió la boca, escuchó el disparo. 

Se cubrió los labios con las manos heladas. Ya no sentía cosquilleo alguno. Se acordó de lo que decía la nota… ‘Sólo seis meses, seis terribles y agonizantes meses’, pensó. ‘Mejor así’, dijo en voz alta y se encontró de pronto sentado en el sillón, el arma caída a su derecha en el suelo, el vaso vacío y la hoja sobre la mesa.  No podía hablar, no respiraba, no obstante quiso gritar de bronca e impotencia.

Despertó transpirado, agitado y con frío en mitad de la noche. La ventana se había abierto por el viento. La lluvia comenzó a caer violentamente y fue por un abrigo. Marchó hacia la cocina y estuvo a punto de servirse un whisky pero enseguida cambió de idea. Se preparó un café negro y dulce que lo reconfortó. Tomó entre sus manos un sobre que descansaba en la mesa de la sala. ‘Anatomía patológica’, leía. 'Benigno', dijo el hombre. 'Mejor, mejor así', y soltó un fuerte resuello.

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