Revelación - RELATO BREVE


De chica Natalia disfrutaba de contar historias, era su forma de crearse una realidad diferente. Amaba viajar a recónditos lugares y épocas remotas. Su infancia había sido difícil. Había pasado de un hogar sustituto a otro. De su padre nada sabía y su madre había partido un día, a sus cinco años, para nunca más volver. Nada se sabía de su paradero y mucho menos la razón para una partida tan imprevista.

Natalia creció y estudió para convertirse en escritora. El rostro de su madre, al que ya casi no recordaba, aparecía de tanto en tanto, borroso en sus sueños, para dejarla una vez más con las preguntas a flor de labios, ¿Dónde estás? ¿Por qué te has ido?

Le costaba recordarla. Su risa, su voz y su rostro se iban desvaneciendo con el pasar del tiempo. Sentía una soledad en su interior que parecía no abandonarla aunque estuviera rodeada de gente. En entrevistas, presentaciones, viajes, el vacío que la recorría le dejaba un frío en el alma y mil posibles destinos de su madre se le agolpaban en la mente.

Le habían dicho tantas veces que para poder seguir adelante tenía que dejar ir el rencor, el miedo, las dudas, la culpa… Ella decía que no había nada de eso en su vida, pero en realidad no sabía cómo. ¿Cómo seguir adelante y abrirse un nuevo camino? El día que finalmente abrazó su historia y decidió escribir sobre algo real, se sintió liviana, libre y audaz.

El cursor titilaba en la pantalla. La hoja en blanco esperando absorber las palabras, que guardadas se amontonaban en la punta de sus dedos y pugnaban por salir, casi desenfrenadas. Con manos trémulas escribió: “Mi madre”. El corazón le galopaba desbocado en el pecho y un nudo le subía y bajaba en la garganta. Tragó con dificultad y se instó a seguir. Antes de poder pulsar la próxima tecla, sonó el timbre.

Se dirigió hacia la puerta como autómata, más queriendo sacarse de encima al intruso que otra cosa. Abrió la puerta y se encontró con sus mismos ojos color miel, enmarcados por unas incipientes arrugas, que la miraban con ternura y temor.

La barbilla de la mujer que tenía enfrente temblaba, y con una voz estremecida, que le acarició el alma le dijo: “Hola. Si me das tan solo un momento, tengo tanto que contarte.” Y Natalia, se hizo a un lado para franquearle el paso, mientras el corazón le saltaba en el pecho y tímidas lágrimas le surcaban a cada lado las pálidas mejillas.

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