El Pocillo - MICRORRELATO

Martin se dirigía al centro porteño para hacer una diligencia; pura burocracia… pero necesitaba hacer ese trámite. Un día nublado y frío de un mayo otoñal. Las hojas crujientes se quebraban bajo sus zapatos de tanto en tanto. Algunas bocinas se hacían notar mientras los semáforos cambiaban sus colores y los peatones apurados trataban de ganarle al tiempo.

Luego de más de una hora de espera Martín se encontraba otra vez recorriendo las ajetreadas calles de la ciudad. El frío hizo que se frotara las manos para sentir un poco de calor y fue entonces que decidió tomar un café en uno de los tantos bares de la zona céntrica. Entró a un local tradicional sobre Paraguay y se sentó en una de las mesitas cercana a las ventanas. Ubicado, miraba cómo, afuera, el viento sacudía los cabellos de la gente.

Un mozo se acercó unos minutos más tarde y Martín hizo el pedido, indicando con el típico gesto de la mano con el índice y el pulgar que indican se quiere un café. - ‘¿Cortado?’, preguntó el mozo, - ‘Solo’, respondió Martín. - ‘¿Pocillo o jarrito?’. - ‘Pocillo, por favor’. - ‘Bien’, contestó el empleado y se retiró hacia el interior del salón. Martín entonces se dispuso a leer las noticias en el celular aunque en breve, cuando el café llegó a su mesa, dejó el móvil a un lado.

El vapor de la infusión le humedecía la frente a la vez que la bebida le calentaba la garganta. ‘¡Ahhh, reconfortante!’, pensó, y cuando bajó el pocillo vio que una mujer ubicada en la mesa de enfrente lo miraba fijamente. Tardó solo unos segundos en reconocerla. Un viejo amor, de esos que no se olvidan. Se sonrió involuntariamente y el tic tac de su reloj pulsera pareció bailarle en medio del pecho. 

Cuando se incorporó, Martín ya había tomado la decisión. Cogió el celular de la mesa y lo guardó en el bolsillo interior de su chaqueta. Acto seguido, en el instante que dio el primer paso el tiempo se detuvo, una tarde fría de otoño, en el fondo de un pocillo de café, en un bar de Buenos Aires.