En la Noche - MICRORRELATO


La noche ha caído ya. Los pájaros hace rato han dejado de cantar y se han guarecido en sus nidos. La brisa cálida de la tarde se ha transformado en un viento fresco que sacude las glicinas perfumando todo el jardín. Mis pasos cansados llegan al umbral de mi puerta y las llaves se deslizan mecánicamente por mis dedos destrabando la cerradura. La puerta parece moverse sola franqueándome el paso. “Hogar, dulce hogar”.

Luego de una cena frugal tomo una ducha reparadora y con el cuerpo rendido, como si tuviera magullones invisibles, me dejo caer sobre el mullido colchón de mi cama. ¡Qué delicia! Me quito lentamente las pantuflas que dejan mis pies al desnudo pidiendo cobijo. Entonces, en un movimiento casi acunado me deslizo entre las sábanas y me cubro con el blanco algodón perfumado.

La almohada esta noche parece más suave, se siente liviana, distraída y desinteresada. ¿No querrá ya compartir mis sueños? Necesito más altura, más plumas, más 'te espero'… Levanto la almohada y veo debajo una negrura que parece no tener fin. Se me vuelca el estómago y me invaden las náuseas. Siento que ese abismo de profunda oscuridad quiere tragarme, succionarme hacia lo desconocido. El pavor me recorre el cuerpo y se me hiela la sangre. ¡No puedo moverme! Quiero gritar pero la voz no me sale.

Me desespero. Lágrimas tibias caen de mis ojos pero no hay sollozo ni quejidos. Un mutismo sordo y hueco me acompaña. No entiendo lo que está pasando. Me siento a la deriva en un peligro que creo no merecer y me pregunto, "¿por qué?, ¿por qué?". La verdad, sin embargo, es que tampoco sé qué me espera en aquella vasta negrura. Así que de pronto pienso que debo hacer algo para salvarme. Creo percibir que el socorro solo depende de mí.

Ante mi propio asombro suelto las sábanas que tenía apretujadas en mis puños, y allí mi voz se suelta. Grito como nunca lo había hecho. Lloro con todas mis fuerzas y me dejo caer en el abismo, precipitándome hacia un vacío, hacia un 'no ser', recibida por una nada expectante y antropófaga. Me entrego a lo desconocido en busca de nada. Ecos de tiempos pasados me rodean repicando en el infinito. Dejo, en mi caída libre, de querer controlarlo todo.

Luego, no recuerdo nada más. No sé como volví a mi cama o si alguna vez la dejé pero definitivamente advierto que un cambio se produjo en mi. La negrura de aquel hoyo sin fin se llevó arrastrada mi propia oscuridad y dejó en mí la luz que me habita. No trato de comprender, hoy acepto, porque esa luz estaba perdida y anoche, entre la brisa y la luna, ha vuelto a mi alma.


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