La playa es mágica. El sonido de las olas que, en la noche furtivamente se enredan para besarse, parece marcarnos el ritmo del alma, de la vida. Las olas allí están siempre, el viento las toca sin permiso y ellas se dejan mecer. Agradecen las noches de luna llena donde los haces de luz las visten de fiesta y si guardamos silencio y nos concentramos lo suficiente podremos descubrir sonidos que nunca antes habíamos escuchado.
La arena, por otro lado, descansa de las pisadas de la gente, no porque no quiera ser pisada, sino porque en cada paso absorbe la esencia de cada ser, conociendo su vida, sus sueños, sus recuerdos, sus pecados... Todo llega a aquellas transparentes piedras milimétricamente molidas, son como cuencos infinitos que hacen de memoria del universo.
La sal de la espuma se deja beber por el agua que vuelve a buscarla. Ese agua de un azul-verde profundo con puntilla blanca viene a descansar fugazmente sobre la orilla y allí tiene tiempo para mirar al cielo y ver el mar de estrellas que la cubre y que nos cubre a todos. Tímidamente pide un deseo cuando ve pasar una estrella fugaz y luego vuelve a las fauces del océano.
Se ven pequeñas luces a lo lejos. Son farolas que iluminan la costa del este. Yo aquí me maravillo con todo esto. Me miro los pies a sabiendas de que la arena ha hecho lo suyo, ya me conoce. Me dejo acariciar por la espuma de una ola traviesa que se animó a llegar hasta mí. Las estrellas titilan y las escucho llamándome, “Mira, mira hacia arriba” y no me rehúso, levanto mi rostro y me dejo encandilar por su brillo.
Respiro profundo el aire frío de la noche y el sueño me invade. Camino por la arena húmeda hasta que está seca y allí distingo un sendero iluminado, rodeado de caracolas y candiles. Me pregunto adónde conduce. Nunca antes lo había visto. Me entrego a mi curiosidad y camino en su dirección. Siento un inmenso placer al transitarlo, no sé por qué.
Minutos más tarde te veo. Hermoso, con una copa en la mano y otra en la mesa. Cuando me ves la tomas para ofrecérmela y una sonrisa se dibuja en tu rostro pleno. “Te estaba esperando”, me decís. “No te conozco”, pienso pero no digo nada. Como una boba enmudecida no puedo contener el reflejo de tu sonrisa en mi boca. “Esperaba que las luces te guiaran hacia mí y así ha resultado”, me confiesas y solo puedo soltar una carcajada porque secretamente se lo había pedido como deseo a la estrella fugaz.

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