Legado - MICRORRELATO

El abogado llegó con un portafolios de cuero marrón, me saludó con un estrechón de manos y se sentó en el escritorio. Abrió el maletín, sacó un montón de papeles de una carpeta y los apoyó sobre la superficie de cuero negro que recubría la oscura madera de nogal.

No había nadie mas en aquella sala, solo nosotros dos, el letrado y yo, un hombre de campo, con pocos estudios y muchas preguntas. Dos hombres muy distintos. Hacía poco me había enterado de que era hijo de un hacendado, ilegítimo, claro, hijo de una empleada suya.

Me contaron que, en el lecho de muerte, el anciano había dicho que quería reconocerme y les dio a sus abogados el nombre de mi madre y el mío, que ella le había mencionado en una carta. Luego de que ella le contara que estaba embarazada, el muy canalla la echó sin más, sin dejarla pronunciar siquiera una palabra.

Mi madre avergonzada y humillada, nunca más lo contactó y me crió sola y muy bien debo decir. Me dio educación y nunca me faltó nada. El cariño de mi padre no lo supe echar de menos porque nunca lo había conocido y mi madre, qué decir,  fue una gran mujer y una persona maravillosa que me enseñó a ser trabajador y honrado.

"Siéntese", me dijo el abogado. Me quité la boina y tomé asiento. Un mar de palabras me envolvió entonces, salían de la boca de aquel hombre como remolinos, marañas de pura confusión para alguien como yo. De pronto me sentí indefenso en ese abismo de palabras enredadas y adornadas. No quería escuchar más. Levanté la mano en señal de que quería hacer una pausa.

“Doctor, disculpe pero lo vamos a tener que dejar acá por hoy. Voy a tener que volver con alguien como usté que hable su misma jerga. Yo, esas palabras que me dice no las comprendo. Apuro no tengo ninguno y lo único que hubiera deseado de mi padre nunca lo tuve ni lo tendré.

No son papeles ni trabalenguas, ni si quiera deseé que me diera su amor. Si fuera por mí... por mí lo que más hubiera querido era que mostrara respeto por mi madre.


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