Me sentía atribulada. Sin embargo, sé que siempre salgo a flote, alcanzo a sonreír y a ser yo misma nuevamente. Puedo ver lo lindo de la vida y el amor que hay en ella y que me llega de tantas formas.
Así iba mirando sin ver, de regreso a casa por la vereda de mi cuadra cuando de pronto me sentí observada. Levanté la vista buscando a mi alrededor. Lo vi. Iba caminando hacia mí por la vereda unos pasos más adelante.
Se acercaba de a poco. No pude pestañear, me quedé mirándolo embelesada. Me sentí feliz y a salvo, como si un peso me abandonara y me dejara liviana. Quisiera poder decir exactamente cómo era y qué sentí pero no se compararía al haber estado allí.
Traía en sus ojos la paz del mundo y en su sonrisa la esperanza más hermosa. Sus ojos eran claros, no supe de qué color. Su barba y sus cabellos cobrizos le enmarcaban el rostro sin ocultar la humildad y el amor que de él brotaban.
Pasó a mi lado y ambos seguimos sin detenernos. Aquella noche, que para mí parecía tan gris, se vistió de un blanco deslumbrante. Me di vuelta para decirle, ‘Gracias’, no sé bien porqué y ya no estaba. Juro que no había pasado ni un segundo y, sin embargo, ya no estaba allí.
No llevaba túnica, ni sandalias; no sé como iba vestido, sólo pude ver sus ojos y su sonrisa. Su presencia me acarició como un bálsamo y absorbí el amor que irradiaba. Cuando sacaba la llave, sentí una mano en el hombro y el susurro de una voz que jamás olvidaré diciéndome: “Aquí estoy y siempre estaré”. Miré al cielo y dije: "Gracias".

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