Diario de la Lluvia - MICRORRELATO


Se dice que el clima se está vengando por el maltrato recibido de la mano del Hombre. Es cierto que la Tierra venía sufriendo hacía un tiempo ya. Las miradas se hacen a un lado y otro para no mirar de frente a los daños causados nosotros mismos.

Aquella tarde, las nubes se agolpaban en el cielo. Enormes nubarrones oscuros pugnaban por dominar el paisaje, chocándose unos con otros. El aire denso y caliente se arremolinaba llevando consigo un poco de todo... Tierra, hojas secas, papelitos y ruegos. ¡Cuántas cosas se lleva el viento!

Las heridas del planeta se manifestaban en incendios forestales, inundaciones y tifones que arrasaban a su paso. Frío desmedido cuando no se lo esperaba y calor calcinante que parecía salir de las entrañas mismas de la Tierra. En esta realidad se habían anunciado fuertes lluvias en un pueblo que ya se se encontraba anegado.

Los pobladores estaban desesperados, muchos de ellos ya habían perdido sus casas y aun no se recuperaban. Se notaba la preocupación y la angustia en los rostros taciturnos de la gente, mientras la oscuridad ganaba terreno. Se temía lo peor, sufrir la pérdida de vidas en aquella tarde borrascosa de domingo.

Un relámpago enceguecedor dibujado entre las nubes estremeció los corazones de los habitantes y el ensordecedor ruido del trueno que le sobrevino provocó el llanto de los niños. Un silencio se produjo de inmediato y como un verdugo se aprontaba a ejecutar la sentencia. De pronto, las puertas de todos los hogares se abrieron y los habitantes salieron a las calles.

Ajenos al peligro que se avecinaba se vieron los rostros unos a otros. Sin mediar palabra se reunieron y se tomaron todos de las manos, los niños aferrados a sus padres. Miraron todos al cielo y cerraron los ojos con fuerza. Con una promesa sincera y un suplicante pedido de redención, oraron en espera de un milagro.

Luego de un momento, que nadie supo cuánto duró, un tímido rayo de sol asomó por entre los nubarrones que se fueron corriendo con las bocanadas de viento dejando ver el azul diáfano del firmamento. Los abrazos se hicieron presente entre aquellos que aliviados festejaban “la lluvia que no fue”, a sabiendas que habían recibido una segunda oportunidad.


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