Había pasado una mala noche, bah, había dormido con el sueño entrecortado. Como estaba queriendo cabecear decidí pedirle al mozo un expreso, aunque todavía no hubieran llegado los otros. Cuando levanté la mano el mozo se acercó con la bandeja.
De camisa blanca, chaleco y moño negro, me sonrió y me preguntó, "¿Lo de siempre?", "Sí", le dije. y regresó al rato con una chocolatada fría en vaso largo. Miré el vaso y luego lo miré a él. Le dije, "¿Y esto?". “Qué pasa?, ¿Tiene algo malo?”, me preguntó extrañado. Y sin esperar mi respuesta me soltó, “Atáte los cordones que te vas a tropezar”.
Una cosa era ser cliente habitué del bar, pero otra era muy distinta era esa confianza. ¿Cómo me iba a hablar así? Nunca se lo había permitido. Sin embargo, antes de decirle algo me miré los pies y me quedé helado. Llevaba puestos unos pequeños zapatos negros, viejos, opacos, muy usados; el derecho desanudado .
“¡Dale Braulio, apuráte!”, me gritaron unos chicos, a la vez que golpeteaban los vidrios de la ventana. En ese momento, tomé el vaso con la zurda e hice fondo blanco con la chocolatada, Me levanté arrastrando la silla, y me até los cordones.
Salí para alcanzar a los chicos que me habían gritado y los encontré agrupados en la plaza de la otra cuadra. Cuando llegué me dijeron “por fin”, y me palmearon la espalda. “Vamos, empecemos que cuando se oscurezca ya tenemos que estar de vuelta”. Me oí a mi mismo decir.
Estaba allí, con mis zapatos gastados, mis amigos y mi vieja esperándome con la comida, seguramente un guiso de tirabuzones. Mi viejo trabajando llegaría después que yo. Decidido, le digo a mis amigos, "Cuento yo"… Y los veo echar a correr. Cuento hasta cien y me doy vuelta, la espalda contra la pared…
Antes de empezar la búsqueda les advierto… “Listos o no, allá voy”.

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