
En la foto aparecía sonrojado, la mirada hacia un lado, custodiándola. La había conocido el verano anterior y se había enamorado profundamente de ella. Como era un joven tímido, no se atrevió a hablarle y sus sentimientos por ella quedaron sepultados en su interior.
Aquello lo mortificaba porque la veía pasar por su casa todos los días camino al trabajo. Sin quererlo, siempre se le arrebolaban las mejillas al verla. Así, un día, en un picnic por el día de la primavera, todos los jóvenes del barrio fueron a festejar al parque aquel momento tan esperado.
Sándwiches, gaseosas, cerveza para algunos, música y anécdotas se alzaban en medio del festejo en un hermoso día de septiembre. La calidez del sol y la energía de todos daba al lugar un ambiente de felicidad y algarabía. Se tomaron fotos y, llegando el atardecer, todos se despidieron partiendo a sus casas.
Llegada la noche, ya cada uno en su habitación, chequeaban sus teléfonos móviles mirando en las redes las fotos y los comentarios de la jornada compartida. Alguien había subido una foto donde él aparecía lejos de todos, sentado, mirándola como siempre con el rubor encendido.
Se sintió avergonzado y estaba a punto de pedirle al dueño de la imagen que la quitara de las redes cuando sonó el timbre. Dejó el móvil sobre la cama y chasqueó la lengua en señal de protesta. Se levantó para ir hasta la puerta. No esperaba a nadie. Abrió y se encontró con los hermosos ojos verdes de su amor que, sin darle tiempo, lo besó lenta y dulcemente.
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